lunes, 31 de octubre de 2016

INSTRUCCIONES PARA NO SER UN MAL POLVO:



Les tengo una mala noticia: un mal polvo es un mal polvo, y hay muy poco que agregar. Pero una cosa es cierta: la disposición de la mujer ayuda o entorpece la delicada tarea de performance masculina.

Me temo que, a pesar del optimismo del director de esta revista, tengo la sospecha de que en estos casos (como en casi todos en la vida) de poco sirve el fastidiosito y decididamente menor arte de la consejística. Es decir, les tengo una mala noticia: un mal polvo es un mal polvo, y hay muy poco que agregar. Pero una cosa es cierta: la disposición de la mujer ayuda o entorpece la delicada tarea de performance masculina. Por tanto, sí se me ocurren un par de cosas que quizás puedan ayudarlos a tenerla, por lo menos, bien dispuesta.

EL PRE
Uno, fundamental. No hablen. Ni de dinero, ni de sexo, ni de otras mujeres, ni de la mamá, ni de trabajo, ni de la universidad, ni de lo que leen, ni de lo que no leen, ni de los amigos, ni de la ropa, ni de política (¡horror!), ni (ni-se-les-ocurra) de sus debilidades, ni de sus ambiciones en la vida (guácala), ni (si son casados) se atrevan a contar una sola anécdota doméstica. Todos estos pecados menores frente al gran tema tabú: prohibido mencionar, prohibido pensar, prohibido acordarse de que existe Florence Thomas.

Dos, igualmente fundamental. Hablen. Aludan, sean elípticos, insinúen. Sean perversos con el lenguaje. Usen puntos suspensivos, fragmenten, sean un poco hijueputicas, pero sonriendo a medias siempre al final. Detachment is highly erotic, my darlings. Una pequeña dosis de humor melancólico, una pizca de cansancio en la voz, un tonito cínico para referirse a ciertas cosas (bueno, en realidad, a cualquier cosa), en suma, digan sin decir. Y entre medias, así, de pronto, zas, una mirada seca y decidida, muda, con cojones, directo a los ojos. Que se sienta el tiempo como un reloj que se derrite. Y después, como si nada, sigan diciendo sin decir.

EL AJÁ
Todo al mismo tiempo. Ay, cómo me explico… De pronto aquí me puede ayudar mi maestro Julio Iglesias: “A veces sí… a veces nooo”. Sean lentos pero voraces, sean suaves pero aprieten duro, agarren, agarren con ganas, y olvídense por completo de toda esa sarta de mentiras que les ha dicho su mamá (o la novia cantaletuda, o la esposa, que es lo mismo) sobre la ternura, los almíbares, los cariñitos, y todos los sustitutivos del morbo, solo aptos para la edad tardía o para sobrevivir al tedio del lecho conyugal. Por favor, eviten el desastre de usar diminutivos. Si van a hablar, cuéntenle lo que les gusta, dónde y cómo, pregúntenle lo que le gusta, y dónde, y cómo, hablen solo del cuerpo.

Pero cuidado, con elegancia al comienzo, y dependiendo de cómo vaya la cosa, deslícense gradualmente hacia los lujuriosos territorios de la vulgaridad. Ah, un detalle importantísimo: díganle —de una manera creíble y en un momento creíble— que les gusta su cuerpo, sobre todo alguna zona de su cuerpo que sea excéntrica, distintiva, particular. Si toca, mientan como bellacos. Es decir, que parezca que quieren estar solo con ella, y no solo estar por coronar, sin importar si fue en Miami o Nueva York. Por último, úsenle el cuerpo, carajo, todo el cuerpo, de verdad.

EL POST
Bah, ninguno, pero una pista matemática: la cantidad de palabras que ella emita en este momento es directamente proporcional a su grado de insatisfacción. En estos casos, hay un recurso de emergencia: sacúdanse el lánguido sopor del sueño y manos a la obra.

Bah, ninguno, pero una pista matemática: la cantidad de palabras que ella emita en este momento es directamente proporcional a su grado de insatisfacción. En estos casos, hay un recurso de emergencia: sacúdanse el lánguido sopor del sueño y manos a la obra.

Fuente: Marianne Ponsford (Editora de SOHO)

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