CONTANDO MI INFIDELIDAD
Llevo quince años de vida marital
con Miguel Cruz. Él es un profesional universitario de mucho éxito y entre las
mujeres es muy apetecido. Vivía y moría de celos por eso.
Soy de 32 años, bogotana de
ascendencia santandereana, delgada, blanca, 160 de estatura, senos pequeños,
piernas bonitas, ojos cafés, labios voluptuosos (descripción según él). Pues
bien Siempre que hacíamos el amor Miguel me decía cosas que me excitaban mucho
y me hacía ver fotos, videos, CD pornos que al principio me turbaban pero poco
a poco me iban excitando.
Por ello me animó a que les contara
mis experiencias. Un día, teniendo sexo me pidió que me imaginara que estaba
con otro hombre y que me mordía y me penetraba, yo le dije que si, pero en
verdad no pude hacerlo. Amo a Miguel, es mi todo. Otro día, me interrogó acerca
de mis encuentros anteriores y que se los contara con “pelos y detalles”. Tenía
unas copas de vino, así que me salieron fáciles las palabras y me animé a
contarle sobre Alberto y Abel de quienes les hablaré en otra oportunidad.
Esto lo hizo acelerarse a millón y
pasamos una noche deliciosa en extremo. Me sorprendí luego de haberlo hecho y
disfrutado. Miguel me propuso que me buscara un amigo y tuviera sexo con él,
contándole todo detalladamente después. Desconfié. Estaba segura de que
era una trampa. Le dije que no me hacía falta otro hombre, que él era
fantástico, que me llenaba totalmente y que mi cuquita y mi culito eran para él
solamente. Insistió una y otra vez haciéndome ver que eso no significaba amor,
ni infidelidad, sino un rato diferente. Me despejó un poco pero seguía
temerosa.
Un día viajé a Bogotá. En el
aeropuerto, conocí a Charles que iba a Cali. Muy chusco, muy
querido. Muy galante, me hizo sentir como una dama. Me decía requiebros que
me hacían ruborizar y hacía que mi corazón latiera más que de costumbre. En la
cabina se las ingenió para quedar a mi lado. Siempre me enredo con el cinturón
de seguridad y él muy caballerosamente, se prestó a cerrármelo y para ello
colocó su mano por debajo de la hebilla justo sobre mi cuquita. La dejó allí un
instante y sentí como electricidad en todo mi cuerpo y tragué seco, enmudecí, y
me susurró “la tienes bien caliente”. Me sonrojé no supe a dónde mirar. Él me
tomó la mano y me acarició. Guardamos silencio e imperceptiblemente se acercaba
hasta mí y me decía frases halagadoras sin soltar mi mano. Yo lo dejaba hacer y
hablar, estaba encantada. Recordaba el pedido de Miguel y sonreía, pero no
sabía si dejarlo seguir o detener su marcha. Ya estabilizado el vuelo se prestó
para aflojar el cinturón y toda excitada le respondí “Si, por favor”.
Viéndome a los ojos y sonriendo,
llevó sus manos allí y esta vez presionó y movió su mano contra mi cuca, lo que
me hizo emitir un quejido de placer. Casi me hace acabar allí mismo. Seguimos
charlando, intercambiamos nuestros teléfonos y quedamos en que no sería éste el
único encuentro. Mi corazón galopaba y mi cuca estaba totalmente húmeda y
palpitaba. El vuelo continuó y al aproximarse al aeropuerto “El Dorado” me
colocó el cinturón y exageró su frotación dándome a la vez un beso suave y
tierno. Si hubiera podido le hubiera guiado su mano por debajo de mi falda
hasta eses centro de calor y palpitación que era mi cuca para que me hiciera
acabar de una buena vez. Aterrizamos. Nos despedimos. El siguió para Cali.
Llegué a mi casa y todo para mí fu como un sueño raro, como un instante
imaginado y no vivido. Le conté todo a Miguel y me hizo subir al cielo.
Me hizo de todo, Pasamos toda una
noche y el día siguiente haciendo el amor. Pero yo dudaba que viniera a Bogotá
y mucho menos que me llamara. El teléfono sonó y me emocioné como una
chiquilla. Sentí que mi cabeza iba a estallar, que mi cuca saltaba y se
incendiaba y mis pezones se erguían, mi corazón dolía por sus fuertes
palpitaciones. Quedamos en encontrarnos en la Plaza Lourdes de Chapinero en
horas de la tarde. Veía el reloj a cada momento, parecía detenido. Arreglé mi
ropa. Me puse los cucos más excitantes, me perfumé y salí casi corriendo y
pensaba “Ya verás que historia voy a contarte, Miguel”.
Cuando vi a Charles en Plaza
Lourdes sonreí y casi me le voy encima. Caminamos viendo las tiendas y
divagábamos más que hablar. Entramos a una whiskería y me sugirió un licor
suave y hablábamos muy quedos mientras me acariciaba mis manos. En un momento
me besó y le respondí. Esta vez no hubo el pretexto del cinturón de seguridad:
me acarició mis piernas bajo mis faldas y sobre mis pantys, con su otra mano
atrajo mi rostro hacia el suyo y nos besamos suave y temblorosamente.
Su atrevida mano bajó mi falta
subió más y se revolcó allí en ese nido húmedo, palpitante, caliente; en tanto,
me hablaba para tranquilizarme. Sentí que mis oídos zumbaban, casi no podía
respirar, mis cucos estaban completamente húmedos por mis fluidos. A pesar de
que estaba en Bogotá, sentía un calor de mil demonios. Sin decir palabra me
tomó mi mano y la colocó encima de su pierna, muy arriba. Pude palpar algo
grueso y largo, caliente y palpitante, que luchaba por salir de su encierro.
Parecía tener vida propia y era duro como cemento. Me aceleré y me dijo
“Tranquila. Relajémonos un poco para poder irnos”. Eso hice y me retiré un poco
de él para aliviar mis calenturas. Canceló y salimos caminando relajadamente,
pausadamente. Yo no veía ni oía nada. Sólo lo seguía cuando de pronto sentí que
me haló para un edificio cuya entrada estaba bordeada de altos arbustos. Se
abrió una puerta él se acercó hasta una ventanilla y yo bajé mi cabeza y no
sabía que era más: el temor, la excitación o no se qué.
Me tomó de la mano y me guió
escaleras arriba hasta una habitación. Apenas se cerró la puerta se abalanzó
sobre mí, apretándome hasta casi asfixiarme, besándome, moviendo su pelvis
contra la mía. Aproveché de quitarme los zapatos y me revolvía de placer. Me
acariciaba la espalda, las nalgas y metió una de sus manos por debajo de mi
falda y me frotaba la cuca como un loco. Le dije “Espera” y me quité la blusa.
El rápidamente se desprendía de su saco, su corbata, la camisa, los zapatos…no
se con que rapidez. Me ayudó a quitarme los sostenedores y me chupaba mis senos
con fuerza. Me tumbó sobre la cama y se echó sobre mí, presionando su pene
contra mi cuquita y yo lo sentía delicioso. Bajó su mano, levantó mi falda,
subió hasta mis pantys y los deslizó hasta mis tobillos, sacándomelos y
echándolos a un lado. Después volvió a mis cucos y metió su mano por los
pliegues hasta acariciar mi raja de arriba abajo. Con la otra mano, acariciaba
uno de mis senos y me lo chupaba fuertemente.
Yo enloquecía de placer. No se en
que momento lo hizo, pero de pronto sentí su grueso pene, caliente, palpitante,
duro, entre mis piernas. Al sentirlo, gemí de placer y cerré mis piernas
apretándoselo para sentirlo más rico. El se lo agarró y metiéndolo por encima
de mis cucos me lo colocó en el clítoris y lo restregaba deliciosamente. Yo ya
no resistía más, casi pedía a gritos que me lo metiera. Le pedí que me diera
una tregua para terminar de quitarme lo que restaba de ropa.
El no me lo permitió, se ocupó de
esa tarea. Me terminó de quitar los sostenedores, me deslizó los cucos
despacio. Piernas abajo y después los olía con placer. Me recostó suavemente en
la cama y se inclinó ante mí y pasó su lengua por todo mi cuerpo, volviéndome
loca del éxtasis. Y entonces llegó hasta mi entrepierna, hasta mi hirviente y
mojada cuca. Me pasó la lengua de arriba abajo, me la metió en la vagina, se
detuvo vibrándola en mi clítoris y entonces se fue por toda la raja hasta mi
culo y jugó con el hueco por un largo rato. Volvió a mi cuca mientras me metía
un dedo en el culo. ¡Que placer! Acabé gritando desaforadamente. Se subió sobre
mí y paseó su pene por todo mi rostro. Confieso que no tuve el valor de mamárselo,
pero les prometo que lo intentaré, solo se lo he hecho a Miguel.
Paseó su pene por mi pecho, lo puso
entre mis senos, me dio vuelta y lo restregó contra mi espalda, mis nalgas. Me
hizo voltear nuevamente y me lo restregó contra mis pies y comenzó a subir, no
pide resistir y se lo agarré y después de humedecerlo con mis fluidos lo puse
en la entrada de mi vagina y lo fue metiendo y sacando, primero poco a poco y
después de un solo golpe lo llevó hasta mis entrañas. Sudábamos a pesar del
frío.
Se movía de un lado a otro, de
arriba abajo, le respondía en igual forma. Dábamos vueltas. Me coloqué sobre
él, jineteando, y me moví hasta que oí como se quejaba. Su pene me llegaba
hasta muy adentro. Me atrajo sobre su rostro y me metió su lengua para jugar
con la mía y mientras tanto subía y bajaba su pelvis. Se incorporó quedándonos
sentados frente a frente, siempre con su pene dentro de mí y chupándome los
senos ferozmente. Nuestros movimientos se aceleraron al máximo y entonces se
apartó de mí para colocarme una almohada bajo mi cintura, alzó mis piernas y me
metió su sabroso pene de un solo golpe. Decía cosas y yo también. Sus metidas y
sacadas se hicieron tan veloces que parecía un terremoto, no aguanté y grité y
sentí que me salían todos los fluidos.
El emitió un gruñido y en medio de
convulsiones sentí su leche hirviendo, espesa y abundante; yo seguí moviéndome
y gritándole que me la diera toda, hasta la última gota. No sé que tiempo pasó
con su pene adentro, no quería que me lo sacara. Se hizo a un lado y se lo
agarré para verlo bañado en su propia leche y en mi fluido, todavía se movía
solo. Mi cuca estaba literalmente inundada. Tanto, que cuando me paré para
lavarme, su leche corrió deliciosamente por mis piernas hasta las rodillas.
Entonces vino la segunda parte que se las contaré luego por que voy a buscar a
mi hombre para que me quite esta excitación que tengo: voy a buscar a Cruz
Miguel.
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