lunes, 29 de enero de 2018

HISTORIA INDECENTE


CONTANDO MI INFIDELIDAD

Llevo quince años de vida marital con Miguel Cruz. Él es un profesional universitario de mucho éxito y entre las mujeres es muy apetecido. Vivía y moría de celos por eso.  

Soy de 32 años, bogotana de ascendencia santandereana, delgada, blanca, 160 de estatura, senos pequeños, piernas bonitas, ojos cafés, labios voluptuosos (descripción según él). Pues bien Siempre que hacíamos el amor Miguel me decía cosas que me excitaban mucho y me hacía ver fotos, videos, CD pornos que al principio me turbaban pero poco a poco me iban excitando.  

Por ello me animó a que les contara mis experiencias. Un día, teniendo sexo me pidió que me imaginara que estaba con otro hombre y que me mordía y me penetraba, yo le dije que si, pero en verdad no pude hacerlo. Amo a Miguel, es mi todo. Otro día, me interrogó acerca de mis encuentros anteriores y que se los contara con “pelos y detalles”. Tenía unas copas de vino, así que me salieron fáciles las palabras y me animé a contarle sobre Alberto y Abel de quienes les hablaré en otra oportunidad.  

Esto lo hizo acelerarse a millón y pasamos una noche deliciosa en extremo. Me sorprendí luego de haberlo hecho y disfrutado. Miguel me propuso que me buscara un amigo y tuviera sexo con él, contándole todo detalladamente después. Desconfié. Estaba segura de que era una trampa. Le dije que no me hacía falta otro hombre, que él era fantástico, que me llenaba totalmente y que mi cuquita y mi culito eran para él solamente. Insistió una y otra vez haciéndome ver que eso no significaba amor, ni infidelidad, sino un rato diferente. Me despejó un poco pero seguía temerosa.   

Un día viajé a Bogotá. En el aeropuerto, conocí a Charles que iba a Cali. Muy chusco, muy querido. Muy galante, me hizo sentir como una dama. Me decía requiebros que me hacían ruborizar y hacía que mi corazón latiera más que de costumbre. En la cabina se las ingenió para quedar a mi lado. Siempre me enredo con el cinturón de seguridad y él muy caballerosamente, se prestó a cerrármelo y para ello colocó su mano por debajo de la hebilla justo sobre mi cuquita. La dejó allí un instante y sentí como electricidad en todo mi cuerpo y tragué seco, enmudecí, y me susurró “la tienes bien caliente”. Me sonrojé no supe a dónde mirar. Él me tomó la mano y me acarició. Guardamos silencio e imperceptiblemente se acercaba hasta mí y me decía frases halagadoras sin soltar mi mano. Yo lo dejaba hacer y hablar, estaba encantada. Recordaba el pedido de Miguel y sonreía, pero no sabía si dejarlo seguir o detener su marcha. Ya estabilizado el vuelo se prestó para aflojar el cinturón y toda excitada le respondí “Si, por favor”.  

Viéndome a los ojos y sonriendo, llevó sus manos allí y esta vez presionó y movió su mano contra mi cuca, lo que me hizo emitir un quejido de placer. Casi me hace acabar allí mismo. Seguimos charlando, intercambiamos nuestros teléfonos y quedamos en que no sería éste el único encuentro. Mi corazón galopaba y mi cuca estaba totalmente húmeda y palpitaba. El vuelo continuó y al aproximarse al aeropuerto “El Dorado” me colocó el cinturón y exageró su frotación dándome a la vez un beso suave y tierno. Si hubiera podido le hubiera guiado su mano por debajo de mi falda hasta eses centro de calor y palpitación que era mi cuca para que me hiciera acabar de una buena vez. Aterrizamos. Nos despedimos. El siguió para Cali. Llegué a mi casa y todo para mí fu como un sueño raro, como un instante imaginado y no vivido. Le conté todo a Miguel y me hizo subir al cielo.  

Me hizo de todo, Pasamos toda una noche y el día siguiente haciendo el amor. Pero yo dudaba que viniera a Bogotá y mucho menos que me llamara. El teléfono sonó y me emocioné como una chiquilla. Sentí que mi cabeza iba a estallar, que mi cuca saltaba y se incendiaba y mis pezones se erguían, mi corazón dolía por sus fuertes palpitaciones. Quedamos en encontrarnos en la Plaza Lourdes de Chapinero en horas de la tarde. Veía el reloj a cada momento, parecía detenido. Arreglé mi ropa. Me puse los cucos más excitantes, me perfumé y salí casi corriendo y pensaba “Ya verás que historia voy a contarte, Miguel”.   

Cuando vi a Charles en Plaza Lourdes sonreí y casi me le voy encima. Caminamos viendo las tiendas y divagábamos más que hablar. Entramos a una whiskería y me sugirió un licor suave y hablábamos muy quedos mientras me acariciaba mis manos. En un momento me besó y le respondí. Esta vez no hubo el pretexto del cinturón de seguridad: me acarició mis piernas bajo mis faldas y sobre mis pantys, con su otra mano atrajo mi rostro hacia el suyo y nos besamos suave y temblorosamente.  

Su atrevida mano bajó mi falta subió más y se revolcó allí en ese nido húmedo, palpitante, caliente; en tanto, me hablaba para tranquilizarme. Sentí que mis oídos zumbaban, casi no podía respirar, mis cucos estaban completamente húmedos por mis fluidos. A pesar de que estaba en Bogotá, sentía un calor de mil demonios. Sin decir palabra me tomó mi mano y la colocó encima de su pierna, muy arriba. Pude palpar algo grueso y largo, caliente y palpitante, que luchaba por salir de su encierro. Parecía tener vida propia y era duro como cemento. Me aceleré y me dijo “Tranquila. Relajémonos un poco para poder irnos”. Eso hice y me retiré un poco de él para aliviar mis calenturas. Canceló y salimos caminando relajadamente, pausadamente. Yo no veía ni oía nada. Sólo lo seguía cuando de pronto sentí que me haló para un edificio cuya entrada estaba bordeada de altos arbustos. Se abrió una puerta él se acercó hasta una ventanilla y yo bajé mi cabeza y no sabía que era más: el temor, la excitación o no se qué.  

Me tomó de la mano y me guió escaleras arriba hasta una habitación. Apenas se cerró la puerta se abalanzó sobre mí, apretándome hasta casi asfixiarme, besándome, moviendo su pelvis contra la mía. Aproveché de quitarme los zapatos y me revolvía de placer. Me acariciaba la espalda, las nalgas y metió una de sus manos por debajo de mi falda y me frotaba la cuca como un loco. Le dije “Espera” y me quité la blusa. El rápidamente se desprendía de su saco, su corbata, la camisa, los zapatos…no se con que rapidez. Me ayudó a quitarme los sostenedores y me chupaba mis senos con fuerza. Me tumbó sobre la cama y se echó sobre mí, presionando su pene contra mi cuquita y yo lo sentía delicioso. Bajó su mano, levantó mi falda, subió hasta mis pantys y los deslizó hasta mis tobillos, sacándomelos y echándolos a un lado. Después volvió a mis cucos y metió su mano por los pliegues hasta acariciar mi raja de arriba abajo. Con la otra mano, acariciaba uno de mis senos y me lo chupaba fuertemente.  

Yo enloquecía de placer. No se en que momento lo hizo, pero de pronto sentí su grueso pene, caliente, palpitante, duro, entre mis piernas. Al sentirlo, gemí de placer y cerré mis piernas apretándoselo para sentirlo más rico. El se lo agarró y metiéndolo por encima de mis cucos me lo colocó en el clítoris y lo restregaba deliciosamente. Yo ya no resistía más, casi pedía a gritos que me lo metiera. Le pedí que me diera una tregua para terminar de quitarme lo que restaba de ropa.  

El no me lo permitió, se ocupó de esa tarea. Me terminó de quitar los sostenedores, me deslizó los cucos despacio. Piernas abajo y después los olía con placer. Me recostó suavemente en la cama y se inclinó ante mí y pasó su lengua por todo mi cuerpo, volviéndome loca del éxtasis. Y entonces llegó hasta mi entrepierna, hasta mi hirviente y mojada cuca. Me pasó la lengua de arriba abajo, me la metió en la vagina, se detuvo vibrándola en mi clítoris y entonces se fue por toda la raja hasta mi culo y jugó con el hueco por un largo rato. Volvió a mi cuca mientras me metía un dedo en el culo. ¡Que placer! Acabé gritando desaforadamente. Se subió sobre mí y paseó su pene por todo mi rostro. Confieso que no tuve el valor de mamárselo, pero les prometo que lo intentaré, solo se lo he hecho a Miguel.  

Paseó su pene por mi pecho, lo puso entre mis senos, me dio vuelta y lo restregó contra mi espalda, mis nalgas. Me hizo voltear nuevamente y me lo restregó contra mis pies y comenzó a subir, no pide resistir y se lo agarré y después de humedecerlo con mis fluidos lo puse en la entrada de mi vagina y lo fue metiendo y sacando, primero poco a poco y después de un solo golpe lo llevó hasta mis entrañas. Sudábamos a pesar del frío.  

Se movía de un lado a otro, de arriba abajo, le respondía en igual forma. Dábamos vueltas. Me coloqué sobre él, jineteando, y me moví hasta que oí como se quejaba. Su pene me llegaba hasta muy adentro. Me atrajo sobre su rostro y me metió su lengua para jugar con la mía y mientras tanto subía y bajaba su pelvis. Se incorporó quedándonos sentados frente a frente, siempre con su pene dentro de mí y chupándome los senos ferozmente. Nuestros movimientos se aceleraron al máximo y entonces se apartó de mí para colocarme una almohada bajo mi cintura, alzó mis piernas y me metió su sabroso pene de un solo golpe. Decía cosas y yo también. Sus metidas y sacadas se hicieron tan veloces que parecía un terremoto, no aguanté y grité y sentí que me salían todos los fluidos.  

El emitió un gruñido y en medio de convulsiones sentí su leche hirviendo, espesa y abundante; yo seguí moviéndome y gritándole que me la diera toda, hasta la última gota. No sé que tiempo pasó con su pene adentro, no quería que me lo sacara. Se hizo a un lado y se lo agarré para verlo bañado en su propia leche y en mi fluido, todavía se movía solo. Mi cuca estaba literalmente inundada. Tanto, que cuando me paré para lavarme, su leche corrió deliciosamente por mis piernas hasta las rodillas. Entonces vino la segunda parte que se las contaré luego por que voy a buscar a mi hombre para que me quite esta excitación que tengo: voy a buscar a Cruz Miguel.


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