Iba de camino al hotel, y ya
estaba excitado. No lo podía evitar, y de hecho, era visible. Esa mujer me
volvía loco, me hacía perder el sentido del tiempo... y la prudencia.
Sabía el riesgo que me suponía
esta relación, pero quizás por eso la deseaba más.
Entré al hotel y me fui directamente a la escalera, la cual, se me hacía
demasiado larga, empujándome a subir los escalones de dos en dos. Llegué a la puerta, la 69, la idea fue de ella, le hizo gracia que nuestro nido de amor fuera tan...erótico. Noté que la puerta estaba solo entornada y empujé con sigilo.
Al coger el segundo tramo puede
ver como el recepcionista me miraba con una sonrisa irónica en su cara, era
claro que notaba mi urgencia, igual que las veces anteriores.
Ahí estaba, en la penumbra de la habitación
se vislumbraba su figura, envuelta en el humo de su cigarro. Cerré la puerta y
se levantó, en su torneado cuerpo solo llevaba un juego de lencería rosa pálido
con encajes que destacaba su brillante moreno. Me acerqué despacio, recreándome
en su, cada vez más clara, figura. Sus pechos brotaban como dos granadas
maduras a punto de reventar, suspendidos por sus rizos morenos, que como
cascada, los enmarcaban.
Sus ojos negros y brillantes
despedían fuego a pesar de la oscuridad. Con un guiño me invitó a acercarme.
Despacio, muy despacio, me empezó a desabrochar la camisa, mientras acariciaba
mi piel con sus labios, suavemente, como susurro. Los pelos de la nuca se me
erizaron; sin querer solté un jadeo, ella respondió con una ligera risa que
ahogó para darme un ligero mordisco en mi estómago. Al jadeo siguió una pequeña
protesta que la hizo reír más.
Le agarré la melena con fuerza,
intentó zafarse, pero la levanté y la besé, casi hasta ahogarla, era tal el
deseo que mi desenfrenó pudo a mi razón. Me dio un fuerte empujón que me hizo
trastabillar para atrás, y sentarme en la mesa del pequeño salón. Con la
centelleante mirada de la lujuria me desabrocho el cinturón y el botón del
pantalón, que cayó dejando a la vista un slip incapaz de sujetar mi erección.
La levanté, y volteando la tumbé sobre la mesa, mientras mi boca recorría su
cuerpo, intentando absorber su esencia, y mis dedos se deshacían de la poca
ropa que la cubría.
Sus flujos saturaban mi paladar, mientras
que sus gritos de placer cubrían hasta el último rincón de la habitación,
haciendo temblar las delicadas cortinas que cubrían sus ventanas. Cuando la
penetré, los adornos de la mesa saltaron como si tuvieran resortes, impulsadas
por el fuerte movimiento de esta.

Nuestra mirada, como un imán, se
cruzaban y nos impulsaba a acelerar nuestros movimientos a un ritmo endiablado.
Mis músculos se tensaban como cuerdas de arco ante la sensación de llegar al
paraíso, ella me acompañaba en el tiempo, siempre estábamos sincronizados. Como
un tren llegando a su destino, nuestros movimientos fueron relajándose hasta
que mi cuerpo se desplomó sobre el suyo.
Apretaba mi cabeza sobre su
pecho, donde oía un corazón desbocado, y el flujo de la respiración aún
intensa. Solo habíamos empezado, aún nos quedaban varias horas de intenso sexo.
Mientras recuperaba el resueño una pregunta saltó a mi mente: ¿Como no iba a
seguir con esta mujer?, a pesar del peligro, de tenernos que esconder para
nuestros encuentros, de llamadas disimuladas y citas frustradas.
Levanté mi cabeza y la miré, intentando afianzar
mi convicción. Enseguida comprendí que por su cabeza pasaban las mismas
preguntas, ambos sonreímos, y noté que nuestro tren volvía a arrancar, silbando
y con sus motores gruñendo a plena potencia. ¿
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